La vida es prestada. No nos pertenece, llega como un regalo y nos deja sin explicaciones. Pretendemos ser racionales; tratamos en vano de buscar respuestas de por qué la vida tiene que terminar. Incluso en ocasiones en las que la vida se acaba por causas biológicas, no nos basta. Pero cuando la vida termina por un accidente, sin previo aviso, los sentimientos son de incomprensión, injusticia, angustia y soledad.
Muchas veces vivimos como si fuéramos inmortales, como si nuestros actos no tuvieran consecuencias, como si solo nosotros debiéramos importar. Esta pregunta se ha planteado muchas veces, pero ¿qué pasaría si supiéramos que moriremos mañana? ¿Cuáles serían nuestros arrepentimientos? ¿A quién debemos pedir perdón? ¿A quién debemos estar agradecidos? ¿Qué haríamos diferente?
¿Por qué entonces esperar a saber que vamos a morir, a vivir de otra manera?
Creo profundamente, y trato de vivir en consecuencia, que no importa la edad que tengamos, el tipo de trabajo que tengas, cuánto dinero ganes e incluso tu salud, la clave es seguir tres cosas: (1) tratar de dejar una marca, un legado, que tu vida tenga alguna importancia para los demás; (2) estar en paz con los demás, lo que no significa estar de acuerdo con los demás o adaptarse al pensamiento de los demás, significa ser fiel a uno mismo, vivir con respeto, dejar ir
y no lastimar a los demás; (3) disfruta, agradece, no te preocupes, vive, conoce, aprende y arriésgate, porque la seguridad al final es una ilusión.
La vida está llena de segundas oportunidades, pero llega a su fin.
Haz que valga la pena
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